el becario atrevidoConfesiones de Medianoche: `El pasante atrevido´

 

11.Sep.2019. Anécdotas. Cuando la gente dice que el placer y el trabajo no deben mezclarse es porque habla la experiencia.

 

Tiene su razón se ser.

 

Pero la carne es débil. Los lugares de trabajo son los sitios donde pasamos la mayor parte del tiempo y por ello resulta fácil caer ante las tentaciones que en esos lugares aparecen.

 

Una vez tuve la oportunidad de apoyar a un pasante que había conseguido un puesto en la división en la que yo me encontraba trabajando.

 

No era mi pasante directo, pero digamos que estuve en el lugar incorrecto en la hora menos precisa. Muchas veces ocurre que los jefes que son encargados de estas tareas, delegan estos menesteres como-quien-no-quiere-la-cosa al primero que pasa por allí.

 

Yo fui el primero.

 

Pues bien, me tocó apoyar un pasante que no solo tenía intenciones de aprender del trabajo.

 

Lisandro, el pasante, estudiaba en la Universidad Metropolitana, y es de esos jóvenes de sonrisa y cabellos perfectos que en cualquier foto, por más que sea de sorpresa, siempre sale estupendamente bien.

 

Hice todo lo que pude para tener la compostura en mi lugar de trabajo. Pero Lisandro sacó todo su arsenal para hacerme caer en sus redes, desde roces de brazos o piernas innecesarios mientras le explicaba algunos procedimientos, agrarres a mi mano repentinos con la excusa de indicar algo con el mouse (ratón) en la computadora, bruscos acercamientos a mi cara al acercarse a la pantalla, etc.

 

Solo se cada vez que Lisandro llegaba a mi puesto de trabajo, era todo un viacrucis para mi.

 

Como mi gaydómetro siempre anda mal calibrado, nunca sospeché nada. Hasta que un día hizo su mayor movida. Me pidió que lo ayudara a programar algunas cosas y salimos bien entrada la noche de la oficina.

 

Al salir de allí insistió en llevarme a mi casa. Mi gaydómetro comenzó a vibrar. Y a vibrar fuerte. Lisandro vivía en el otro extremo de la ciudad. Algo no estaba cuadrando.

 

Por más que me negué en aquello, ante su insistencia no tuve más remedio que montarme en su carro. De verdad me quería llevar a mi casa. De pronto comenzamos a hablar de cualquier cosa y violando todos los convencionalismos sobre separar la vida personal de la oficina, no se cómo me confesó que el sentía atracción hacia otros hombres y me preguntó si yo también.

 

Mi corazón latía tan rápido que sentía como si estuviese a punto de salir por la boca.

 

El se dio cuenta. Y por ello, puso su mano sobre la mía y me dijo: Tranquilo. No tienes que contestar. Ya me respondiste.

 

A partir de ese entonces, comenzamos a salir, violando de nuevo todos los  consejos sobre separar la vida personal de la oficina. Debo decir que los tres meses siguientes fueron maravillosos. El se quedaba en mi casa o yo en la suya, salíamos a comer, al cine, etc.

 

Al tercer mes noté que había una pasante que estaba loquita por él. Se llamaba Jennifer y Lisandro se burlaba de mi cuando yo le hacía saber que ella estaba muy interesada en él.

 

Llegó Diciembre, un mes en que las relaciones se tambalean si no se sabe cómo distribuir el tiempo. Nos dieron vacaciones colectivas así que me ocupé en mis cosas con mi familia y Lisandro en las suyas. El viajaba a la Gran Sabana con su gente y todos sus esfuerzos eran para ese viaje. No nos pudimos ver. De hecho, tuvimos una gran discusión porque no tuvo tiempo para reunirnos y vernos antes de su viaje.

 

Se acabaron las vacaciones colectivas y regresamos al trabajo. Lisandro se veía mejor que nunca. Nos saludamos y nos dimos el Feliz Año junto con otros compañeros. Jennifer me invitó un café porque tenía una noticia qué darme. Nunca olvidaré lo que sentí cuando Jennifer me dijo: "Lisandro y yo nos empatamos. Somos novios." Quedé sin aliento.

 

Lisandro nunca me dio la cara. Así supe que el pasante y yo habíamos terminado.

 

Diego de La Vega

 


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